Una mañana, tras otra larga noche, sentada en cuclillas sobre la letrina, miraba cómo sale todo.
Por primera vez vi mi cuerpo —no sólo cómo luce, sino lo que hace— transformando lo apreciado en heces.
Me levanté y comencé a caminar.
Al ponerse el sol, pasé por un cementerio.
Ustedes, mis hermanas bajo las hojas —como soy, fueron ustedes, como son, así seré.
Ahí dormí. Y ahí quedé, examinando esta masa de carne y hueso, contemplando muchas masas de carne y hueso, pudriéndose apaciblemente bajo la tierra.
Entonces una mañana lo vi: todo cuanto entra debe salir.
No sólo del cuerpo, de la mente también.
¿Qué vas a traer al mundo, además de lo que dejarás en la letrina?
—Bhikshuni Sundarinanda, Therigatha (Poemas de las primeras monjas budistas)
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Una mañana, tras otra larga noche, sentada en cuclillas sobre la letrina, miraba cómo sale todo.
Por primera vez vi mi cuerpo —no sólo cómo luce, sino lo que hace— transformando lo apreciado en heces.
Me levanté y comencé a caminar.
Al ponerse el sol, pasé por un cementerio.
Ustedes, mis hermanas bajo las hojas —como soy, fueron ustedes, como son, así seré.
Ahí dormí. Y ahí quedé, examinando esta masa de carne y hueso, contemplando muchas masas de carne y hueso, pudriéndose apaciblemente bajo la tierra.
Entonces una mañana lo vi: todo cuanto entra debe salir.
No sólo del cuerpo, de la mente también.
¿Qué vas a traer al mundo, además de lo que dejarás en la letrina?
—Bhikshuni Sundarinanda, Therigatha (Poemas de las primeras monjas budistas)
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